La Maladona de la Cova del Tabac

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Vue de la Cova del Tabac

En el techo del desfiladero vertical que aboca sobre el río Segre -dominando por todo el valle- se localiza una inaccesible puertatriangular, que se antoja imposible de alcanzar. Sin embargo, la Cova del Tabac fue visitada por numerosas generaciones atraídas por el aura de misterio que envuelve este primitivo paisaje.

Entrée de la Cova del Tabac

Al penetrar en la cueva, la luz del sol conduce hasta el lugar en que centellean trazos rojizos desdibujados por la historia, extraños símbolos pintados que descansan sobre el dintel del arco de entrada a la cavidad, invitando a acceder a la más absoluta oscuridad. Una parte de estas figuras recuerdan vagamente a esquemáticos seres humanos -algunos con los brazos en alto-, otras a extraños animales, y una forma radial se antoja como un sol. Pese su esquivo significado testimonian la atracción que ejercían estos símbolos, advirtiendo de ritos ancestrales que desafían el paso del tiempo al perpetuar la cosmovisión de las gentes que las pintaron. Aunque el eco de ese milenario magnetismo se desvaneció, no despareció.

Crédits : Jan Nebot Torroella y Nil Nebot Torroella

Un viejo pergamino encontrado hace poco en la iglesia de Camarasa relata la historia de la habitante de esa cueva maldita, una solitaria mujer amparada por diabólicas figuras paganas. La Maladona (“mala mujer”) era el recurso desesperado de aquellos que precisaban favores, deseos o auxilios prohibidos por la Santa Madre Iglesia.

 

El relato continúa con el particular encargo que un rico señor del pueblo hizo a su sirviente: debía llegar hasta la Cova del Tabac, encontrar a esa particular mujer y convencerla para que cumpliera su petición. Si lo lograba, obtendría una gran recompensa. El sirviente preguntó a sus vecinos como llegar hasta la cueva, pero éstos preferían ignorar todo lo relacionado con el reino en el que moraba la Maladona.

Crédits : Jan Nebot Torroella y Nil Nebot Torroella

Por su cuenta decidió adentrarse en la montaña, siguiendo sendas olvidadas, subiendo por paredes infranqueables. Las únicas guías que le confirmaban que iba por el camino correcto eran las tétricas cruces con gorriones clavados que señalaban el sendero. Al toparse con una inmensa cruz cubierta de pájaros atados por las alas y con un gran búho real que exhalaba sus últimos coleteos, entendió que había llegado al final del viaje. Detrás de esta macabra señal, una higuera con todas sus hojas desplegadas le hizo estremecerse al intuir la colosal boca triangular que solo había visto desde abajo en el valle.

 

Al adentrarse en la cueva el sirviente vislumbró un pétreo dintel donde creyó ver unas deformes figuras cuasi humanas que parecían darle la bienvenida.

Crédits : Jan Nebot Torroella y Nil Nebot Torroella

De repente, la fría oscuridad de la inhóspita cueva le obligó a detener sus pasos, aunque sólo por un instante: debía continuar, pues necesitaba los poderosos saberes de la Maladona. Se armó de valor y prosiguió, pero tuvo que detenerse de nuevo. A su encuentro, salió una inmensa bandada de murciélagos que parecían dirigidos por una atronadora voz. El sirviente angustiosamente gritó: “¡Necesito de tus artes!, ¡Maladona necesito verte!” Tras esas palabras, se apoderó de la cueva un silencio eterno que solo quebró el eco de una maléfica risa que le invitaba a adentrarse por las oscuras entrañas de la caverna, invadida por un indescriptible y malsano olor. El sirviente siguió sus pasos, maravillándose de la belleza de extrañas perlas de cera que se descolgaban por las paredes.

Crédits : Jan Nebot Torroella y Nil Nebot Torroella

Ya en la oscuridad de la cueva atisbó fuego y humo que salía de un gran caldero, y de repente surgió de entre la humareda una frondosa melena plateada, trenzada con patas de conejo y pato como extraños abalorios, que le advirtieron de la presencia de un misterioso ser que enigmáticamente le confirmó: “sé lo que quieres”. Alargando la mano le hizo llegar un pequeño frasco negro, aconsejando que mezclara el brebaje con vino para disimular su sabor. El sirviente correspondió su favor con una bolsa llena de monedas de oro que la Maladona rechazó enfadada, pidiéndole a cambio dos cosas. La primera, que la dejara vivir en la soledad de su cueva, jurando que no le explicaría a nadie su obsequio. La segunda, que no desvelase a nadie la ruta para llegar hasta ella. Asintiendo con la cabeza a ambas peticiones, el sirviente guardó el saco con las monedas y retornó al camino que ya no le era extraño.

Crédits : Jan Nebot Torroella y Nil Nebot Torroella
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