¿De dónde venimos? Desde lejos dijo Don Obvio, del oso dijo el Pirenaico.
En el caso de un oso descarado, que un día de primavera en los primeros tiempos del mundo, solo escuchó el clamor de su vientre y raptó a una mujer para darle un hijo.
Ella, prisionera de la fiera, llamó a su hijo Juan, y le amó sin limites aunque tenía el cabello hirsuto y los hombros anchos de su padre. Él, buen hijo, le decía cada día: «¡Mamá, te llevaré a la aldea de los hombres! » En la mañana de sus siete años, fiel a su promesa, empujó al padre, liberó a su madre y se fue libre a dar la vuelta al mundo.
Cuando se tenía tiempo para alimentar las historias, los ancianos y las ancianas con ojos alegres contaban sus viajes, amontonaban los detalles, aprovechando cada situación. En otra ocasión, tal vez – vayamos hoy directamente al desenlace, en el momento en que Juan del Oso se inclina sobre un pozo negro como el alma del Diablo. Él ignora el miedo, se adentra sin temblar y encuentra a una prisionera – en un castillo, por supuesto! Ahí estamos en un cuento – una princesa con ojos de miel.
Él la ama y ella lo ama. ¿Qué serían los cuentos sin amor, qué sería del amor sin los cuentos? “Saldremos juntos de este pozo, le promete a ella, sonriendo a las estrellas, y luego viviremos juntos.”
Pero la única manera de hacer realidad ese sueño era cabalgando sobre un águila gigantesca que cada treinta golpes de ala pedía comida.
Pero en la oscuridad del gran vuelo, de repente el águila se debilita. Sin dudarlo y para salvar a su amada, Juan del Oso se corta un trozo de muslo y da de comer a la bestia.
Y así vino el gran día, el reino de la princesa y de su padre el rey, tan feliz de ver a su hija que hizo de Juan su sucesor.
Llegando a estas palabras, las ancianas y los ancianos decían muy suavemente, como hablando a las brasas moribundas: “Y tuvieron tantos hijos que poblaron todos los Pirineos… ”
Estas son las palabras de la historia. ¿Qué valor tienen para la ciencia? Nada, supongo, pero de Gaztelugatxe a Collioure y de Jurançon a Barbastro, sabemos la antigua verdad: en los Pirineos desde entonces, corre en nuestras venas la sangre de una princesa.
Y la de un oso, no lo olvidemos nunca.
Su proximidad al hombre le da un lugar clave entre el mundo natural y el mundo cultural. Es la bestia que rapta a la joven pastora y se une a ella en la leyenda de Juan del Oso. Símbolo de poder, coraje e inteligencia, es el “rey de los animales” hasta la mitad de la Edad Media, en toda Europa, sobretodo en regiones de montaña y bosque. La iglesia se opone a esta visión, temerosa de este animal demasiado cercano al ser humano tanto por sur comportamiento – omnívoro, capaz de enderezarse y caminar a dos patas y de tamaño comparable a un humano adulto – que por los nichos ecológicos que ocupa (bosques y macizos de baja y mediana altitud). Para aplastar esta admiración, incluso veneración demasiado pagana, la Iglesia logra suplantar este símbolo con un animal mucho más lejano en todos los aspectos, el león africano.
En la sociedad rural pirenaica, el status particular del oso atraviesa sin embargo los siglos, incluso hasta los anos 1950 y su casi extinción, y lleva nombres que hacen hincapié con su proximidad al ser humano : lou courailhat (el vagabundo) o incluso le moussu (el señor).
La leyenda de Juan del Oso representa el mundo salvaje amaestrado gracias a la ayuda familiar y social. Cuando las tradiciones cristianas y paganas se mezclan, la fiesta de la salida del oso en Cataluña celebra con su muerte en la Candelaria, el final del invierno oscuro, el renacimiento de la tierra y la fertilidad de las mujeres. El oso también es famoso por hacer olvidar el miedo a los niños que se suben a su lomo. Hoy es el compañero de sus noches serenas, el oso de peluche continúa con su deber.
Juan del Oso es quizás la historia mas conocida de la mitología pirenaica; la encontramos en muchas versiones en todo el macizo, desde Cataluña con Joan de l’Os, hasta el País Vasco con Juan Artz o Xan de l’Ours – a este ultimo, se le asimila a veces a Baxajaun, el señor salvaje de los bosques.
Todavía hoy en el Vallespir (Pirineos orientales), el oso es el héroe del carnaval, llamado justamente Festa de l’Os, “fiesta del Oso”. La fecha de celebración de la Candelaria es seguramente una recuperación por parte de la Iglesia de celebraciones paganas mucho más antiguas. El periodo marca el final del solsticio de invierno y el inicio de la primavera; según la creencia, el oso sale de su hibernación en ese momento, cuyo acontecimiento es crucial: si regresa a su cueva, el invierno se prolonga 40 días y los cultivos lo sufrirían. El animal aparece entonces como responsable de la renovación, fertilidad y fecundidad.
La fiesta presenta a unos hombres siniestros, con la cara ennegrecida, los hombros cargados de pieles; estos persiguen a mujeres y jovencitas por las calles del pueblo para frotarles la cara con ceniza y para desearles “fertilidad”. A continuación unos “cazadores” capturan al (a los) oso (s), que lo sientan en un trono y lo trasquilan. Al quitarle la piel, lo convierten simbólicamente en un hombre. El acto representa la dominación del hombre sobre el animal, claro, pero también del hombre sobre su lado salvaje.
Otro testimonio de la proximidad del Pirineo con el animal es el oficio específico que aparece en el siglo XIX en dos valles de Courserans en Ariege : el osailher. Los habitantes del valle de Garbet y de Alet capturan cachorros en las montanas para entrenarlos a hacer trucos.
Amenazados por una sobrepoblación que podría acarrear hambruna y miseria (casi 10.000 habitantes en 1846, en comparación con los 1.500 de hoy), y volviéndose escasas las tierras agrícolas en la montaña, los hombres se vuelven domadores de osos para ganarse la vida y viajan de pueblo en pueblo. Entre 1830-1840 y 1910, fecha en la cual la actividad desaparece, se pueden contar más de 800 domadores de osos en pueblos y poblados de Ercé y de Ustou.
Viajan al principio por Francia, luego Inglaterra, y muy pronto embarcan hacia América del Norte: la gran mayoría de los osailhers va a vivir por los caminos de Estados Unidos y Canadá, en una gran intimidad con sus bestias, compartiendo cama y comida. Envían algún dinero ganado en las calles a sus familias que se quedaron en Ariège, haciendo bailar al animal al son de la corneta, o sentando a los niños en su lomo para “hacerles valientes”. Algunos domadores de osos viajarán aun más lejos de sus Pirineos natales, hasta Centroamérica, Sudamérica, Indonesia, Australia, Nueva Zelanda…
Cuando prohíben a los animales salvajes en las calles de Estados Unidos a principio del siglo XX, algunos hacen trabajar sus bestias en circos como Barnum o el Wild West Show de Buffalo Bill, mientras que otros encuentran trabajo en restaurantes y peluquerías elegantes de grandes ciudades como Nueva York, su origen francés les asegura una entrada en el mundo de la gastronomía y de la moda. Esta ruta de migración económica continúa muy activa hasta los anos 1960, hasta el punto de dar nombre a un pequeño sector de Central Park, lugar de encuentro de exiliados, el “roc d’Ercé”, e incluso algunos restaurantes de Broadway pertenecen todavía hoy a descendientes de osailhers del valle de Garbet.
En los Pirineos, la competencia por el espacio es el inicio de la decadencia del oso, considerado como amenaza y cazado como piezas de valor hasta los anos 1960. La explotación forestal y el desarrollo del turismo son también factores que contribuyeron a reducir el hábitat de esta especie protegida desde los anos 1980.
La domesticación del entorno para las necesidades del pastoralismo y del turismo responde a una visión contemporánea del acondicionamiento del espacio de montaña. Este conflicto de uso histórico entre los seres humanos y los animales salvajes puede explicar en parte las controversias sobre la reintroducción del oso desde mediados de los anos 90, en un territorio que conserva una actividad pastoral estructurante. Otro planteamiento considera que los espacios hoy reconquistados por el bosque han sido liberados por la agricultura. Las transformaciones de la sociedad y la evolución de las funciones económicas y simbólicas del espacio rural replantean el reparto de recursos entre el hombre y el animal salvaje.