Como en el resto de los hogares, desde muy pequeños nuestros abuelos nos han contado las historias de Mari alrededor del fuego. Os estaréis preguntándo quién es Mari.
Según nuestros abuelos, Mari es la diosa de la tierra. Dicen que tiene el poder de dominar la metereología. Es por eso que los campesinos siempre miran al cielo, creen que si ven a Mari vendrá la tormenta.
Tiene como morada las cuevas de las montañas del País Vasco como Anboto, Gorbea, Aizkorri, Aketegi, Murumendi, Auñamendi… Tiene tantos nombres como las cuevas que habita: Anbotoko Mari, Murumendiko Mari, Aketegiko Dama… Dicen que cuando cambia de morada y se traslada de una cueva a otra, atravesando el cielo en forma de una bola de fuego, estallan tormentas estremecedoras: rayos, truenos, granizo, etc, que estropean las cosechas del campo. Por eso nuestros abuelos acudían a estas cuevas y montañas donde hacían romerías, bendiciones y conjuros para cerrar la entrada y mantener a Mari dentro de la cueva para que no crease tormenta alguna.
Nuestros abuelos siempre nos han dicho que “tienes que salir del mismo modo que has entrado a la cueva de Mari…Si entras mirando hacia dentro, tienes que salir mirando hacia dentro. Sin dar la espalda. Si hablas con ella tienes que usar el hitano, Y por supuesto, mientras estés en su casa no te puedes sentar” Tonterías…
Yo y mis amigos no creíamos nada de eso. Eran viejos cuentos de nuestros abuelos, contados para asustarnos.
Un día, nos reunimos unos amigos y se nos ocurrió hacer una pequeña broma. Nos encontramos en el monte, a escondidas. Pensamos prender fuego al cielo, pero no sabíamos cómo hacerlo. Tenía que ser espectacular. Y de pronto se nos ocurrió atrapar un águila. El águila es un ave muy grande y fuerte. Así que nos pusimos a buscar una cría de águila, explorando los altos árboles y rocas. Era un trabajo muy cuidadoso, porque si aparecía el águila adulto, ¡se acabó! De repente, encontramos un enorme nido de águilas con dos crías dentro. Con mucha cautela, metimos a uno de los dos en el saco y salimos corriendo.
La cría de águila necesita tiempo para crecer, y por eso la guardamos en la buhardilla de nuestro caserío, donde venían muy a menudo mis amigos. Se había convertido en un águila magnífica. Para que nuestra broma saliera bien necesitábamos público, así que en el pueblo dijimos que Mari pasaría el domingo por la noche.
Llegó el gran día. Repartimos el trabajo entre nuestros amigos: uno trajo algo de comer, el otro bebida, el otro paja y el último cerillas. Recogimos con paja la cola y las patas del águila. Debía ser un vuelo visible para todos los pueblos, así que soltamos el águila de la ladera más alta del pueblo, prendiendo fuego a la paja. Volvimos rápidamente al pueblo para ver la reacción de todos los demás. Cuando llegábamos al pueblo, nos encontramos con una cuadrilla de campesinos muy excitados, asustados. No pudimos contener la risa. Y me dijo una de ellas: “Riete riete, pero Mari está enfadada, muy enfadada, esta vez va a caer una buena”.
Volví a casa y encontré a todos asustados. Sobre todo, al abuelo y a la abuela. Yo les dije que estuvieran tranquilos, que no era Mari, y me metí a dormir tranquilamente.
A la mañana siguiente, me desperté y, mientras miraba por la ventana, vi pasar una chispa de fuego. Mi cuerpo se estremeció, porque era imposible que fuese el águila que soltamos. De pronto estalló una terrible tormenta. Un rayo calcinó el roble que había junto a nuestra casa. ¿Sería cierto el relato de nuestros abuelos?
Aquí se acabó el cuento, como me lo contaron te lo cuento.
Mari es la diosa por antonomasia de la mitología vasca y las leyendas y los mitos entorno a ella son muy variadas y están extendidas por todo el territorio del País Vasco. En cada sitio se presentan con particularidades propias. De modo que no se limita a un espacio geográfico y natural concreto, ni tampoco a un momento o época histórica concreta. Según diferentes investigadores/as, la figura y el mito de Mari ha llegado hasta nuestros días desde el neolítico.
En la mitología vasca, Mari es la diosa femenina por antonomasia. Es la modeladora demiúrgica del tiempo.
En la mayoría de los casos se ha representado con el cuerpo y la cara de una mujer y elegantemente vestida (muchas veces de color rojo). Aunque también suele aparecer en forma de águila, vaca, árbol o una hoz de fuego. En algunas leyendas sus parejas son Maju o Sugaar, y sus hijos Atarrabi y Mikelats.
A Mari también se la conoce como Anbotoko Dama, Aralarko Dama, Muruko Dama o Aketegiko Dama, entre otros. Son nombres de las montañas donde Mari tiene su morada, aunque su principal vivienda la tiene en el monte Anboto. Está por encima de los demás seres mitológicos. Para entender mejor la figura de Mari, hay que aclarar algunos aspectos de la mitología vasca, ya que en algunos difiere de la mitología indoeuropea.
En cuanto a la mitología vasca, no existe el concepto de cielo como vivienda exclusiva de los dioses y diosas, sólo existe “Ortzia” que se refiere al cielo pero no como sitio sagrado de los dioses/as sino que únicamente es un escenario donde aparecen o actúan los dioses, de vez en cuando. De modo que no tiene ese carácter divino.
Al contrario, la morada de los seres mitológicos y por lo tanto la de Mari, es el subsuelo, en concreto las cuevas. Aunque Mari y otros personajes de la mitología hagan su presencia, como el propio sol (Eguzkia-Ekhia) o la luna (ilargia), tanto en el cielo como en la tierra son seres que provienen del subsuelo. De modo que la cosmología se divide en el cielo, la tierra (donde habitan los seres humanos) y el subsuelo, donde tienen origen los seres mitológicos. Tiene especial importancia las cuevas. Pues todo suceso sobrenatural que se da en la tierra o bien en el cielo se origina según la mitología y la figura de Mari en las cuevas. En relación a esto es muy sugerente el siguiente refrán que hace referencia a la mitología: (azpian dagoen guztia, gainean dagoena bezala da: eta gainean dagoena, azpikoa bezala) “Todo lo que hay abajo es como lo de arriba: y lo que hay arriba es como lo de abajo”.
Que sean las cuevas la morada de estos seres mitológicos como Mari, influye en la naturaleza de la estructura de relaciones entre los seres humanos y los mitológicos. El hecho de que el cielo no sea el principal escenario de los seres mitológicos y a su vez que sea tanto el subsuelo como la tierra su principal escenario, hace que la relación hacia los seres humanos tenga unas características particulares, pues la “frontera” que divide esos mundos es más difuso y se atraviesa más fácilmente. Las cuevas o los ríos son entre otros los elementos de tránsito de un mundo a otro, que están al alcance tanto de los seres humanos como de los mitológicos. De modo que no existe una distancia social exagerada entre los dos mundos. Además comparten el mismo mundo y sienten sensaciones semejantes en ella. Así ambos mundos no son inaccesibles tanto para unos como para otros.
De modo que todos los cambios y fenómenos metereológicos son originados por Mari. Ella crea y lanza las tempestades desde su cueva y luego aparecen en el cielo. Por eso se considera que la cosecha y la fertilidad dependen de ella. En un principio Mari sólo origina la tormenta y lo lanza, pero no lo dirige a un punto o a alguien en concreto, es decir no le da ninguna intencionalidad. En el caso de que quiera castigar o causar daños a alguien no le dirigirá la tormenta directamente a esa persona, sino que intentará dañar sus posesiones (la cosecha, el caserío, el ganado, etc).
Es por eso que aún hoy en día, en algunas cuevas se siguen llevando a cabo tanto ofrendas como romerías, que son indicios de las antiguas creencias mitológicas. Estos rituales no estaban directamente dirigidos a Mari, si no que el objetivo era “cerrar” o “bloquear” la entrada de la cueva, para que las tormentas no salieran de la morada de Mari.