Ya avanzado el siglo XI, el empuje de los ejércitos cristianos, apoyado en los cercanos e inexpugnables castillos de Marcuello y de Loarre, obligó a los musulmanes a abandonar su tradicional fortaleza de Ayerbe. Hasta ese momento había servido de vigía durante tres siglos frente al paso natural que el río Gállego abre hacia el corazón del viejo Aragón.
Como poco a poco la situación iba empeorando, algunos musulmanes optaron por la huida y otros por la rendición, muchos fueron los que finalmente tras reflexionar decidieron quedarse.
Se discutió entre todos qué hacer y tomaron la decisión, antes de abandonar la fortaleza, de fundir todos los tesoros y objetos que tenían oro y hacer un hermoso toro dorado. Decidieron ocultarlo en uno de los pasadizos subterráneos del castillo ayerbense, en espera de volver a recuperarlo cuando la situación mejorase. Sin embargo, tras unos meses, el castillo pasó a manos de los cristianos para siempre y el paradero del toro de oro, celosamente escondido, se convirtió en un secreto.
Los nuevos señores cristianos, conocedores de su existencia y cegados por su codicia, contrataron a varios adivinos para que les indicaran el lugar exacto de su ubicación, ya que los musulmanes que permanecieron en la villa nunca dieron ninguna pista sobre el paradero exacto del toro dorado. Contrataron jornaleros para que excavaran por turnos en el aljibe donde los adivinos decían que se encontraba. Allí aparecieron todo tipo de armas, utensilios, bellos vasos de cerámica, pero ningún toro de oro, a pesar de haber excavado más de treinta metros. Finalmente después de varias semanas de excavaciones y ante la burla de todos, se abandonó la búsqueda para satisfacción de los nuevos mudéjares ayerbenses.
Todavía en la actualidad, de vez en cuando, surge alguien que trata de arrancar a esas venerables ruinas su secreto: el paradero de ese toro de oro escondido en torno al derruido castillo de Ayerbe que los musulmanes ayerbenses enterraron en espera de tiempos mejores.
El denominado “Reino de los Mallos”, al noroeste de la provincia de Huesca, en pleno Prepirineo aragonés, era en época medieval un territorio frontera. Los musulmanes gobernaban en Zaragoza y construyeron guarniciones para vigilar los movimientos de los guerreros cristianos que avanzaban desde el norte. Todavía perduran en él los vestigios de grandes castillos, fortalezas enriscadas en nuestras montañas o mimetizadas con nuestros paisajes que vivieron la lucha entre cristianos y musulmanes. En torno a estos castillos se basan algunas leyendas como la que hemos leído sobre Ayerbe y su castillo.
Existe una larga tradición aragonesa sobre los musulmanes que no pudieron huir con sus tesoros y los enterraron con la esperanza de volver para desenterrarlos. En la provincia de Huesca, además de en Ayerbe, podemos encontrar leyendas de este tipo de tesoros en Belsué y Lanaja entre otros.
La existencia de riquezas ocultas está rodeada de mucha leyenda y tradición oral popular, transmitida de padres a hijos. No es raro que los tesoros escondidos se les atribuya a los musulmanes, ya que acumularon muchas riquezas.
Su precipitada marcha tras el avance cristiano impidió, como es lógico, que no llevaran consigo todas sus pertenencias y se vieran obligados a esconder sus tesoros bajo tierra, en cuevas, pasadizos, cerros, rocas o castillos. Así se aseguraban de que en un futuro, ellos mismos o sus descendientes pudieran recuperarlos.