Cuenta esta leyenda que en la Foz de Escalete, un bello paso natural entre montañas vivía una solitaria y extraña anciana. Las gentes del lugar decían de ella que tenía un tamaño gigantesco, tanto que todos los vecinos la temían. Surgieron todo tipo de rumores sobre ella. Y ya se sabe lo que pasa con los rumores, que a fuerza de repetirlos muchas veces la gente los acaba creyendo. Se empezó a dar como cierto que la solitaria y extraña anciana, era una bruja. En realidad, era hilandera y solía mojar el lino en las limpias y frescas aguas del río Gállego. Se decía también que la anciana era amiga de los seres oscuros y malignos que rondaban los bosques cercanos. Pero, nada más alejado de la verdad, nunca había hecho daño a nadie y, además, amaba la naturaleza y a los animales.
Sea por su enorme tamaño o por su fama de bruja, la gente la repudiaba. Un día, cansada del rechazo que siempre le mostraban, decidió refugiarse en la naturaleza, el lugar donde se sentía segura y libre. De la nada, hizo aparecer dos moles de roca de gran tamaño para refugiarse. Tras levantarlas en el aire con una fuerza sobrehumana las clavó junto al río Gállego, creando así los espectaculares Mallos de Riglos. Se dice que desde entonces se oculta allí, lejos de las miradas y juicios de las personas.
¿Sería en realidad una verdadera bruja? Puede ser, pero en todo caso sería una bruja buena ya que nadie pudo demostrar que hiciera nada malo. Simplemente se dedicó a hilar y sea como fuere, nos dejó un espectacular y mágico paisaje.
¿Y qué fue de la anciana? Jamás se supo nunca nada más de ella, aunque algunas personas aseguran haberla visto. Dicen que solamente aparece con la llegada del solsticio de verano, en la noche más larga del año, en la festividad de San Juan. Al caer la medianoche se le puede ver sentada en el mallo Pisón, el mallo más grande, donde descansa tranquila. Desde allí, cuentan quienes la han visto, que a veces peina cuidadosamente sus largos cabellos blancos mojando su peine en las aguas del río. Otros aseguran que la han visto con un pie apoyado en Peña Rueba de Murillo y otro en Riglos, inclinada sobre el río, remojando en sus aguas el lino con el que sigue hilando como hacía antaño.
El “Reino de los Mallos”, en pleno Prepirineo aragonés, es un enclave cuyo nombre surge entre la historia y la leyenda en época medieval. Se dice que el rey Pedro I dejó este territorio en herencia a su esposa Doña Berta, ya que este era el único paisaje que podía compararse con su belleza.
Este bonito y agreste paisaje, salpicado por impresionantes formaciones rocosas llamadas “mallos”, dan lugar a historias y leyendas que lo convierten en un lugar mágico. De entre todas ellas una de las más conocidas es aquella que acabamos de leer o escuchar sobre la historia de la Giganta de Riglos.
Hasta el joven Santiago Ramón y Cajal, todo un Premio Nobel de Medicina y Fisiología, quedó impresionado ante la belleza de este paisaje en sus viajes hacia el Pirineo.
Este gran científico vivió parte de su infancia y juventud en Ayerbe, localidad próxima a los impresionantes mallos. Por tanto, no es extraño encontrar en su autobiografía Recuerdos de mi vida (Ramón y Cajal, 1901) citas sobre ello y su pasión por la naturaleza. En ella podemos leer su descripción del paisaje a orillas del Gállego, como “no se cansaba de admirar los mil detalles pintorescos del camino” y su impresión al ver por primera vez los mallos:” entre otros accidentes del panorama, quedaron profundamente grabados en mi retina: los gigantes mallos de Riglos, semejantes a columnatas de un palacio de titanes”.
¿Quieres saber más acerca de la interesante vida de Santiago Ramón y Cajal y además conocer el maravilloso enclave donde vivió? Te invitamos a que visites el Centro de Interpretación Ramón y Cajal en Ayerbe. Conocerás la interesante vida y grandes logros científicos de este investigador considerado como padre de la neurociencia moderna a la vez que descubres un paraje excepcional.