El geógrafo musulmán Al Udrí (siglo XI) identificó al río que pasaba por Barbastro como Baro. Tras la reconquista, los cristianos pasaron a llamarlo Bero.
A este río, que nace en el tozal de Capramote en la cara norte de la sierra de Guara, lo han cruzado a lo largo de la historia numerosos puentes, algunos de ellos aún en activo.
Entre todos destaca éste, en el camino viejo de Barbastro a Colungo. Se construyó entre los siglos XIII-XIV sobre los restos de otro puente más antiguo del que gracias a la arqueología, sabemos que se erigió en los siglos XI y XII. Toda la obra es de sillar y uno de los estribos asienta sobre la misma roca salvando una distancia de 45 metros.
Se aprecian evidencias de las reparaciones llevadas a cabo en el puente a lo largo de su historia.
Durante la Edad Media, sólo se construía un puente si era imprescindible (en ríos muy caudalosos, en puntos con fuerte desnivel…) y cuando se tenían cubiertas otras necesidades más importantes (templos, murallas…). Este punto donde se localiza el puente, al sur del cañón del Vero, fue un punto clave para articular las comunicaciones entre Barbastro con Colungo, Alquézar, Huesca y el Sobrarbe. A lo largo de los siglos aquí han existido al menos cuatro puentes.
Cerca de un puente solía haber un molino. De esta forma se aseguraba el paso de las caballerías cargadas de cereal en caso de crecida del río.
La construcción de un puente requería maestros ponteros especialistas. Sin duda, en la Albarda trabajó un buen conocedor del oficio, capaz de crear una estructura liviana de porte airoso y elegante, y con un montaje preciso que ha resistido durante siglos los envites del agua.
A este puente se le conoce popularmente como “de la Albarda” que era el nombre de un aparejo de las caballerías. Lo componían dos almohadas rellenas de paja que se colocaban sobre el lomo del animal para que evitar que se dañase con la carga. Por su forma recuerda al perfil apuntado de un puente medieval.