Presentamos una parte de la investigación que llevó a cabo la historiadora Lourdes Odriozola en relación a las mujeres sidreras de Guipúzcoa. A partir de esta investigación se elaboró la Exposición “Emakume Ekintzaileak Sagardogintzan” (Mujeres emprendedoras en la industria de la sidra), en colaboración con Sagardoetxea y con las ilustraciones de Jokin Mitxelena, que es la base de este contenido.
La sidra en la historia de Guipúzcoa, aunque a veces relegada a un segundo plano, ha sido un elemento crucial a tener en cuenta. Hoy en día sigue siendo parte importante de la sociedad, incluso como componente simbólico e identitario.
Desde finales de la Edad Media y a lo largo de toda la Edad Moderna, la sidra fue un alimento básico para la Guipúzcoa de aquella época. Era uno de los importantes excedentes agrarios destinados al mercado. La sidra, además de abastecer las necesidades alimenticias de los habitantes de la provincia, sus abundantes excedentes se destinaban para el aprovisionamiento de las grandes empresas pesqueras, principalmente guipuzcoanas, pero también labortanas, que llevaban a cabo sus actividades transoceánicas en el norte del Atlántico. De modo que, antes del desarrollo del modelo agrario basado en la producción del maíz, la economía agraria de Guipúzcoa producía abundantes excedentes de manzana y sidra entre otras, destinados a satisfacer la demanda de los mercados locales. Pero también superaban ese marco local, como era el caso de los grandes pesqueros.
Esto es así, que las ordenanzas provinciales imponían severas restricciones a la importación de sidra o chacolí, a fin de proteger y fomentar la producción local. Observando diferentes ordenanzas de la época, se puede constatar que en general las ordenanzas municipales de Guipúzcoa prohibían la importación y consumo de sidra y chacolí foráneos, a fin de proteger la compraventa de la cosecha propia. A diferencia de la sidra, las ordenanzas provinciales facilitaban la importación de productos básicos que escaseaban, como es el caso del trigo. De modo que estas ordenanzas sobre la sidra, tanto municipales como también las provinciales recogidas en la nueva recopilación de los Fueros en 1696, contradecían la naturaleza o el espíritu de las restantes que facilitaban la importación de productos alimenticios que hacían falta en la provincia.
El Caserío Museo Igartubeiti es un claro ejemplo de la importancia de la sidra en el tejido social y económico durante los siglos XV-XIX. Igartubeiti es un caserío lagar del siglo XVI. El lagar es un sistema mecánico de palanca, que en este caso estaba dirigida a la producción de sidra. Está constituido por un tornillo (con el que se activa) la viga del lagar (el que va a hacer de palanca), las bernias (postes que sujetan la viga y el tejado del caserío) y la masera (la base en que se echaba la manzana y donde se prensaba). La característica principal de este tipo de caserío lagar, es que las medidas y las dimensiones de la arquitectura del caserío dependen del lagar. Primero se construía el lagar, y a su alrededor y a su medida se construía la vivienda.
Igartubeiti no era un caso aislado en aquella sociedad. Es sorprendente la velocidad con la que fueron creciendo los caseríos de este tipo por el territorio. Entre los siglos XV y XVII, en Guipúzcoa llegó a haber alrededor de 2000 caseríos-lagar.
Es posible que dicho apogeo del caserío lagar viniese dado por la necesidad primaria de la sidra en la sociedad de aquella época. Se sabe que los marineros y balleneros, otro de los motores económicos de la sociedad guipuzcoana de la época, salían a la mar con la sidra como principal sustento alimenticio, que podía conservarse fácilmente durante todo el periodo que duraba la empresa transoceánica. Por otro lado, por ejemplo, por la importancia que cumplía la sidra en aquella sociedad, se creó todo un conjunto jurídico y normativo en torno al cultivo de la manzana y la producción y venta de la sidra.
Pero claro, la sidra no se hacía sola ni se comercializaba sola. De modo que detrás hay relatos de personas que a través de sus historias de vida contribuyeron a este legado cultural e histórico.
Y es en este marco, donde podremos entender mejor a través de la historia de estas cuatro mujeres sidreras de la mano de la historiadora Lourdes Odriozola.
En los siglos XVI-XVIII la mujer trabajó mucho para hacer frente a las necesidades de su familia. El trabajo femenino aumentaba a medida que descendía la escala social. En muchos casos realizaron trabajos duros y de escasa remuneración. Solían cobrar entre la mitad y la tercera parte de los hombres y tenían menos derechos que éstos.
Era habitual encontrar en Guipúzcoa mujeres trabajando en los manzanales y comercializando sidra. Junto a ellas, en el puerto de Pasaia el transporte de personas y mercancías de una orilla a otra era una ocupación femenina.
Nuestras protagonistas son cuatro mujeres guipuzcoanas de los siglos XVI-XVIII que nada tienen que ver la una con la otra. El único nexo de unión entre ellas es la sidra. Fueron mujeres valientes, emprendedoras, inteligentes y algunas de ellas muy buenas conocedoras del mundo de los negocios. En todos los casos, su determinación ante la adversidad les hizo salir triunfadoras y les dio la posibilidad de defender unos derechos que se les querían arrebatar.
Antonio, M. C. (2017). El lagar de viga, el motor del caserío vasco. In Actas del Décimo Congreso Nacional y Segundo Congreso Internacional Hispanoamericano de Historia de la Construcción: Donostia-San Sebastián, 3-7 octubre 2017 (pp. 357-366). Instituto Juan de Herrera.
Lonbide, X. A. (2004). La comercialización de la producción agrícola guipuzcoana durante la Edad Moderna. In VII Reunión Científica de la Fundación Española de Historia Moderna (pp. 293-310). Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha.
SANTANA, A. (2003). Igartubeiti. Un caserío guipuzcoano. Investigación, restauración y difusión. San Sebastián.
Una mujer sidrera en el negocio naviero
En el siglo XVI la sidra vivió una de las épocas de mayor esplendor debido a la prosperidad económica, el descubrimiento y control de rutas marítimas y la expansión demográfica. En 1497 fue descubierto Terranova, en donde había riquísimos bancos de bacalao y varaban muchas ballenas. Desde entonces, año tras año muchas naos zarparon desde los puertos de Guipúzcoa con destino a las frías aguas canadienses.
María de Labayen es una lezotarra[1] que se dedicó al negocio sidrero elaborada con la manzana de su propia cosecha. Casada con el Capitán Miguel de Arrieta y madre de dos hijas, fue una mujer valiente y emprendedora. Tras enviudar, pasó unos años bastante difíciles en lo económico al no contar con el dinero que ganaba su marido. Por esta razón, se las ingenió para buscar nuevas fuentes de ingresos.
Conocía el mundo naviero y sabía que la sidra podía ser utilizada como moneda por la gran demanda que había en el mercado, por lo que en 1565 participó en una sociedad naviera. Se asoció con Juanes de Illumbe, Paulo de Iturriaga y Martín de Acorda para el viaje que la nao “Saint Nicolás” hizo a Terranova a la caza de la ballena. Su avituallamiento costó 190 ducados.
María de Labayen contribuyó en una 1/8 parte de los gastos, pero no lo hizo con dinero, sino con 24 barricas de sidra. A primera vista, María de Labayen había hecho un negocio redondo en un año en el que la cosecha de manzana había sido excelente: había conseguido vender una parte de la producción de su sidra y podía obtener un beneficio de hasta 1.250 ducados.
Cuando la nao “Saint Nicolás” estaba lista en Pasaia[2] para zarpar rumbo a Terranova, las autoridades de Donostia decomisaron la sidra de María de Labayen. Alegaron que las embarcaciones amarradas en el Puerto únicamente podían embarcar sidra elaborada en su jurisdicción por los privilegios de carga y descarga que tenían, y por lo establecido en sus Ordenanzas Municipales.
La pretensión de Donostia estaba en contradicción con lo dispuesto en los Fueros de Gipuzkoa que establecían la libre venta de la sidra producida con la cosecha de la Provincia. Ante tal injusticia, la viuda lezotarra interpuso una demanda al Concejo de Donostia y después de tener que esperar un año, ganó. La villa de Donostia fue condenada a devolverle las 24 barricas de sidra.
[1] Natural de Lezo. Municipio de Guipúzcoa.
[2] Municipio de Guipúzcoa.
Irudiak – Igartubeiti K6-Emakume ekintzaileak Gipuzkoako sagardoaren industrian-Maria de Labayen
Su sidra sirvió para sofocar un incendio en Donostia
La donostiarra[1] María de Echeverría se dedicó en las primeras décadas del siglo XVII a comercializar la sidra para pagar las deudas que había dejado su marido. Madre de cinco hijos y viuda de Antonio de Oquendo, tenía establecido su negocio en el domicilio familiar en la calle Poyuelo, actual Fermín Calbetón, de Donostia.
La calle Poyuelo era una de las arterías más importantes y amplias del recinto amurallado donostiarra. No obstante, las condiciones de vida en el casco urbano eran bastante precarias para sus habitantes por la escasa higiene, las enfermedades, epidemias y la alimentación deficiente. A ello había que añadir los devastadores incendios que se producían, como, por ejemplo, en 1489, 1512, 1524, 1630 o 1637.
Hasta 1489 todas las casas del casco urbano eran de madera, pero a partir de entonces se fomentó la construcción de las de piedra con el fin de evitar incendios. Además, se aprobaron medidas que prohibían el almacenaje de sustancias y materiales inflamables dentro de la ciudad, se obligó a recubrir de barro y cal el suelo y las paredes de la habitación donde estaba ubicado el hogar, y se pusieron en marcha nuevas normas para la edificación de las viviendas y el aprovisionamiento de agua.
Pese a todo, no se logró erradicar totalmente el problema de los incendios. El 30 noviembre de 1637 hubo un importante incendio en la calle Poyuelo en el que se quemaron varias casas, entre ellas las de Cigarroa y Sebastián Arriola. El fuego fue importante, y el agua de los pozos de la ciudad y la almacenada por los vecinos resultó insuficiente para sofocarlo, por lo que hubo de buscar otros medios para evitar una catástrofe de mayor magnitud. Al igual que se había hecho en otras ocasiones, el fuego fue controlado y sofocado con la sidra que había en las casas afectadas y en las más cercanas, entre ellas la que María de Echeverría tenía en una kupela[2] de su bodega. Los testigos declararon que se empleó mucha cantidad de sidra para vencer al fuego lo que, finalmente, se logró bien entrada la noche.
En el momento del siniestro, María de Echeverría tenía guardadas en su bodega 56 cargas de sidra compradas a varios productores del entorno para su comercialización. Todas ellas fueron aprovechadas en el incendio.
El Ayuntamiento no le abonó cantidad alguna, por lo que le interpuso una demanda ante el Corregidor de Gipuzkoa para que le pagase el valor de su sidra. El Corregidor dictó auto a su favor, pero el Concejo donostiarra únicamente le abonó una parte, por lo que interpuso una nueva reclamación para poder cobrar lo que aún se le debía.
[1] Natural de Donostia, San Sebastián.
[2] Recipiente de madera para conservar la sidra.
Irudiak – Igartubeiti K6-Emakume ekintzaileak Gipuzkoako sagardoaren industrian-Maria de Echeverría
La venta de sidra su modus vivendi tras huir de las agresiones de su marido
Ana de Beroiz y Pagola es una donostiarra de clase media que en 1683 se casó con Miguel de Maíz. Los cónyuges se pusieron a vivir en la casa solar Pagola de arriba (Donostia), propiedad de la protagonista de esta historia por herencia de sus padres e hipotecada en 450 ducados. El esposo por su parte, contribuyó al matrimonio con algo de dinero procedente de una botica y pasó a ser el administrador de todos los bienes de su mujer.
No fue Miguel de Maíz un buen marido. Le hizo pasar hambre, le acusó de judía y bruja, le amenazó de muerte y le pegó en más de una ocasión. Las agresiones fueron a más con el paso del tiempo y la esposa, incluso, llegó a tener miedo de morir envenenada. Un día del año 1691 Ana de Beroiz tomó la determinación de abandonar el hogar conyugal.
En una sociedad en la que lo prioritario era proteger las buenas costumbres y la moral, muy pocas mujeres se atrevieron a dar este paso. La ocultación de la violencia de género era una forma de proteger la honestidad femenina y el honor masculino, dos de los pilares de la moralidad en esta época. La decisión de Ana de Beroiz enfadó mucho a su marido. Acusó a su esposa de rebeldía y le demandó en el Tribunal Eclesiástico de Pamplona para obligarla a regresar con él. Ana de Beroiz buscó un abogado para que le defendiera y solicitar el “dibercio” que, en esta época, era entendido como la disolución de la comunidad de bienes. A priori todo lo tenía en contra porque la violencia dentro del matrimonio estaba justificaba, al tener el marido derecho a corregir a su mujer “dentro de una medida”.
Mientras llegaba el auto del Tribunal Eclesiástico de Pamplona, Ana de Beroiz dejó de lado su miedo y sacó de su casa de Fagola dos cubas de sidra sin la autorización de su marido para venderlas en el mercado. Ello le valió una nueva demanda, esta vez ante el Corregidor de Guipúzcoa quien sentenció que el dinero obtenido tenía que ser repartido a partes iguales entre los dos cónyuges.
Parece ser que Ana obtuvo el “dibercio” del Tribunal Eclesiástico puesto que, en el mes de diciembre de 1691, aprovechando la ausencia de Miguel de Maíz del caserío Fagola, se llevó de ella todo el ajuar doméstico, la ropa y varias kupelas de sidra. Su marido le interpuso una nueva denuncia ante el Corregidor, quien en marzo de 1692 determinó que, en adelante, el usufructo del caserío y de todas las rentas obtenidas en él, tenían que ser repartidas a partes iguales entre Miguel y su víctima.
Irudia 1– Igartubeiti K6-Emakume ekintzaileak Gipuzkoako sagardoaren industrian-Ana de Beroiz y Fagola
Veinticuatro años contratando a las bateleras de Pasaia para transportar su zizarra[1]
María Josefa de Orobio era una mujer de un alto nivel adquisitivo. Propietaria del caserío Etxeberria de Errenteria, tras su matrimonio con Juan Bautista de Arizabalo en 1712, pasó a vivir a Pasai Donibane desde donde gestionó su patrimonio y falleció el 2 de septiembre de 1774.
La difusión del cultivo del maíz, arrinconó y suplió a las plantaciones de manzanos porque daba mejores rendimientos y se aclimató rápidamente al terreno. En el siglo XVIII la situación del manzano llegó a tal punto, que las Autoridades Provinciales y Locales trataron por todos los medios de protegerlo, preservar las preciadas variedades de manzana, garantizar la calidad de la sidra, asegurar el abastecimiento de la población y evitar abusos en los precios.
Concretamente, los Ayuntamientos establecieron el sistema de “tandas” o suertes para la sidra. Quienes salían elegidos tenían que suministrar su sidra en los precios y el orden fijados en el sorteo, en caso contrario eran castigados. En ocasiones, además, se adoptaron otras medidas complementarias. Así, el 23 de agosto de 1747 el Concejo de Errenteria decretó que ese año no se pudiera extraer de la jurisdicción de la Villa sidra ni manzana alguna, así como la prohibición de poder transportarla por las bateleras. En caso de incumplimiento, se impondría a los infractores una pena de 10 ducados. El acuerdo municipal hablaba de sidra y no de zizarra. La zizarra se elaboraba con la manzana que al principio de la cosecha se caía del árbol sin madurar; por esta razón, tan sólo podía conservarse entre un mes y un mes y medio. Algunas veces, la zizarra era vendida en el pueblo una vez que la sidra de las “suertes” de la cosecha del año anterior había sido consumida en su totalidad. Pero éste no era el caso en el mes de septiembre de 1747, y de ahí vino el problema que María Josefa de Orobio tuvo con el Concejo de Errenteria.
La señora Orobio, al igual que lo había hecho en los últimos veinticuatro años, ordenó a la persona que estaba al cuidado del caserío Etxeberria, a través de su doncella, que le trajera a su casa de Pasaia tres cargas de zizarra para el consumo de su familia. Asimismo, una vez obtenida la licencia municipal, que contratara los servicios de las bateleras Francisca de Vertiz y Bautista de Echeverría. Sabedora del acuerdo adoptado por la Corporación y de la costumbre que había en el pueblo para estos casos, les mandó que previamente consiguieran la licencia de las Autoridades Municipales. La consiguieron, pero verbalmente y no por escrito.
El transporte de las tres cargas de zizarra elaborada en el caserío de Etxeberria tuvo lugar en los primeros días de septiembre. Cuando se procedió al transporte de la zizarra fue incautada en el muelle de Errenteria y el colono del caserío Etxeberria encarcelado por orden del Alcalde. Fue liberado previo pago de una multa de 10 ducados.
María Josefa de Orobio denunció este hecho por considerarlo que no se ajustaba a la ley y porque unos días después, el Ayuntamiento de Errenteria permitió a María Agustina de Larramendi llevar sidra pura desde su manzanal de Errenteria a su casa de Pasai Donibane. El Corregidor dio la razón a la señora Orobio, pero el Concejo apeló la sentencia en la Real Chancillería de Valladolid.
[1] Se le da el nombre de “zizarra” al mosto conseguido por el prensado de las primeras manzanas caídas del árbol. Estas son generalmente frutos sin acabar de madurar y dan una sidra dulzona que no fermenta por falta de levaduras.
Irudiak – Igartubeiti K6-Emakume ekintzaileak Gipuzkoako sagardoaren industrian-María Josefa de Orobio